Un caminante muy creyente en Dios se encontró dentro de un bosque con un zorro mutilado tirado en el suelo. No tenía ninguna de sus extremidades, con una mirada tierna y angustiante. Convertido en queja y hambre. Se preguntó como haría Dios para mantener vivo al zorro y sacarlo adelante en la vida.
Entonces oyó ruido de ramas y vio que se acercaba un tigre con un trozo de carne entre las fauces. El tigre se acercó al zorro comió y luego dio de comer al zorro.
Entendió el caminante cómo Dios mantenía vivo al zorro y que era una respuesta a su pregunta que venía del cielo. Esperó dos y tres días para asegurarse. Y todos los días llegaba el tigre y alimentaba al zorro.
Y esto convenció al caminante que Dios salva la vida a las criaturas especialmente –pensó el caminante- a quienes tienen fe en ello.
Entonces cortó ramas, juntó piedras e hizo un refugio en el bosque para ponerse a esperar que a él le hicieran los favores que se le habían concedido al zorro mutilado. Esperó pacientemente una semana, dos semanas, y pensaba que quizás vendrían tigres voladores de los cielos con comida, alimentos y toda clase de cosas para curar la tristeza y depresión. Sin embargo llegó la tercera semana y el tiempo seguía pasando y nada ocurría. En el cielo solo había nubes y viento.
Debilitado por el hambre y la sed al término de la cuarta semana escucho en sueños una voz que le decía: “Abre tus oídos y escucha la voz de Dios. Te has equivocado en tu interpretación de las señales de vida y ayuda. De lo que viste en el bosque no entendiste nada. Deja de imitar al zorro y sigue el ejemplo del tigre y lo tendrás todo en la vida. Imita al tigre. Y me verás caminando junto a ti adonde quiera que vayas”.
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